«Lo que no es bueno para la colmena no puede ser bueno para la abeja» – Marco Aurelio
Estudiar neuronas aisladas nos da pocas pistas sobre cómo funciona el cerebro. De manera similar, estudiar cerebros en aislamiento impide acceder a gran parte de su funcionamiento.
Para entender realmente el cerebro, debemos estudiarlo conectado con otros. Al fin y al cabo, no fue nuestro cerebro aislado el que nos permitió alcanzar la cima de la jerarquía animal, sino nuestra capacidad de interactuar con los demás.
En este artículo resumo tres ideas que me parecen especialmente interesantes en relación a cómo nuestro cerebro se relaciona con el resto, extraídas de mi nuevo libro, Saludable Mente.
Exploramos el concepto de teoría de la mente, vemos cómo el sentimiento de soledad es similar al dolor físico y cómo nos afecta nuestra posición en el espectro introvertido-extrovertido.
Teoría de la mente
Prosperar en un grupo social implicaba entender los pensamientos, sentimientos e intenciones de los demás. Esta capacidad, denominada teoría de la mente, es difícil de desarrollar. Por eso nuestro cerebro empieza a practicarla desde el primer día. Los bebés prestan más atención a las caras humanas que a cualquier otro estímulo visual.
Es nuestra forma de empezar a socializar y conocer el grupo del que formaremos parte. Interpretar el mundo interno del resto de miembros era crucial, y nuestro cerebro le dedica buena parte de su infraestructura neuronal.
De hecho, pensar en los demás y en nuestra relación con ellos es el estado por defecto del cerebro.
En un podcast anterior introduje el concepto de la red neuronal por defecto. Cuando demandamos a nuestro cerebro estudiar para un examen o preparar un presupuesto de ventas, activa zonas cerebrales ligadas con la memoria, el razonamiento, el aprendizaje y la planificación. Cuando dejamos de estar concentrados en algo externo, activamos sin embargo esta red neuronal por defecto, redirigiendo la atención hacia nosotros y nuestras relaciones con los demás.
La única explicación posible para dedicar tantos recursos a esta actividad es que debía ser vital. No hubiéramos prosperado como especie si el cerebro, que consume un 20% de nuestra energía en reposo, hubiera dedicado todo su tiempo libre a tareas irrelevantes.
Que el cerebro dedique más tiempo al razonamiento social que a todo lo demás nos da una idea de la importancia de interactuar con los demás. Los neurocientíficos llegaron a estas conclusiones mirando en el interior de nuestros cerebros, pero podríamos concluir lo mismo observando nuestro comportamiento.
Internet nos da acceso a todo el conocimiento del universo, ¿y dónde pasamos nuestro tiempo? En las redes sociales.
En los ratos libres nuestro cerebro no te anima a resolver problemas de cálculo diferencial, sino a abrir Instagram y ver lo qué hacen los demás. Si Facebook fuera una religión (y algunos creen que lo es), tendría más miembros que el cristianismo y el islam.
Que los destinos más populares de internet sean lugares dedicados a nuestra vida social no es casualidad, sino un mero reflejo de nuestro cableado neuronal.
El inicio de la teoría de la mente
Durante los primeros años de vida tenemos únicamente una representación en primera persona del mundo que nos rodea, y asumimos que es compartida por todos. Si nos tapamos los ojos pensamos que nadie nos ve.
Un experimento clásico para definir cuándo nos hacemos conscientes de la separación de nuestra propia mente consiste en exponer a niños de distintas edades a una sencilla obra con dos marionetas. En la escena hay también una caja, una cesta y una canica.
Al comienzo, una marioneta coloca la canica en la cesta y sale de la escena. En su ausencia, la otra marioneta recupera la canica de la cesta y la pone ahora en la caja. Poco después regresa la primera marioneta, y los investigadores preguntan a los niños dónde buscará la canica ¿en la cesta o en la caja?
La mayoría de niños de tres años responde que en la caja. Ellos saben que está ahí, y asumen que la primera marioneta también, a pesar de no haber estado presente cuando la otra hizo el cambio. Sin embargo, a los cinco años casi todos los niños entienden que la buscará en la cesta, donde ella la dejó.
Ya son capaces de entender que las creencias de otras personas dependen de sus experiencias, que no coinciden con las suyas.
Aproximadamente a esta edad los más pequeños desarrollan otra capacidad que demuestra su creciente habilidad social: mentir.
Sin una teoría de la mente suficientemente desarrollada no se puede concebir la mentira. Solo al entender que tu mente puede albergar información diferente, inaccesible para los demás, puedes empezar a mentir de manera consciente.
Cualquier alteración en la red neuronal por defecto causará problemas de relacionamiento. Se cree por ejemplo que el autismo se produce, en parte, por déficits en esta capacidad. Solo el 20% de niños con autismo da la respuesta correcta en la prueba de las marionetas, a pesar de tener buen desempeño en pruebas analíticas o matemáticas.
La inteligencia analítica y la emocional utilizan distinto cableado neuronal. Sin acceso a las intenciones, emociones y creencias de los demás, la interacción social se convierte en un desafío monumental, algo que prefieres evitar.
La soledad duele
Al observar el interior del cerebro con técnicas de imagen por resonancia magnética funcional (fMRI), vemos que la soledad o el rechazo social activan las mismas zonas cerebrales que el dolor físico. No es casualidad que usemos palabras similares para describir dolores emocionales: nos rompen el corazón o hieren nuestros sentimientos.
Daños en nuestras relaciones generan una respuesta similar en el cerebro que daños en nuestros tejidos físicos. Son dolores distintos, pero dolores al fin y al cabo. De hecho, los dolores sociales generan recuerdos más intensos que los físicos.
Probablemente tus recuerdos más dolorosos no son de cuando te rompiste un brazo, sino de cuando perdiste un familiar o sufriste una ruptura sentimental. Los huesos curan en pocos meses, los golpes emocionales pueden durar toda la vida.
Además de las pruebas de resonancia magnética funcional, muchos estudios confirman que ambos tipos de dolor comparten la misma neurobiología.
Por ejemplo, personas sometidas a tratamientos quirúrgicos leves reportan menos dolor físico si un ser querido les toma la mano durante el procedimiento.
Y todavía más sorprendente, investigaciones recientes muestran que analgésicos convencionales, como el paracetamol, reducen también el dolor emocional.
Todo lo anterior tiene sentido desde una perspectiva evolutiva. El dolor es un mecanismo de protección, cuya función es evitar comportamientos que nos puedan dañar. El dolor que produce la soledad empujaba a nuestros ancestros a buscar la protección del grupo, aumentando sus probabilidades de supervivencia.
Por lo mismo, tanto la soledad como el rechazo social producen efectos similares al dolor crónico, elevando por ejemplo el riesgo de depresión.
Según tu estilo: introvertido o extrovertido
Como cualquier rasgo de personalidad, nuestro deseo de relacionarnos con los demás se distribuye a lo largo de una distribución normal. Personas en lados opuestos del espectro tendrán experiencias muy distintas del mismo evento social.
Para alguien muy extrovertido, una fiesta con los compañeros de la oficina será una experiencia gratificante y divertida. Por el contrario, su compañero introvertido pasará la velada esperando que el evento termine para refugiarse en su casa.
Tu posición en el espectro depende en parte de tus genes, en parte del ambiente (o tus experiencias pasadas) y en parte de procesos aleatorios que ocurren durante el desarrollo del cerebro.
Varios estudios encuentran diferencias específicas en los cerebros de personas muy extrovertidas respecto a las muy introvertidas. Las extrovertidas son por ejemplo más sensibles a los estímulos sociales, respondiendo con más liberación de dopamina. Experimentan por tanto más placer al interactuar con los demás, y la ausencia de ese contacto resulta más dolorosa.
Las personas extrovertidas reportan en general más felicidad y suelen desarrollar menos enfermedad mental, en parte al ser una cualidad más valorada a nivel social. Un metaanálisis publicado en 2018 encuentra más riesgo de Alzheimer en personas introvertidas, quizá por una menor activación de las zonas cerebrales involucradas en la socialización.
Los introvertidos, por el contrario, suelen tener una corteza prefrontal más gruesa, asociada con mayor planificación y menor impulsividad. Suelen destacar además en el plano académico respecto a sus compañeros extrovertidos.
En resumen, no es mejor estar en un lado del espectro que en el otro, y la selección natural favoreció la supervivencia de los grupos con una representación más o menos igualitaria.
Grupos con habilidades y preferencias diversas tenían más probabilidades de supervivencia que grupos con personalidades muy homogéneas. Tribus con miembros demasiado aventureros asumirían demasiados riesgos, haciendo peligrar la propia supervivencia del grupo. Por el contrario, si todos fueran demasiado precavidos no se alejarían del campamento y no descubrirían nuevas fuentes de comida.
A nivel individual, debes aceptar tu personalidad, aprovechando su lado positivo pero intentando compensar los aspectos menos favorables.
Un estudio de intervención demostró que si las personas introvertidas hacen un esfuerzo por vencer su resistencia natural a socializar mejoran su sentimiento de bienestar. Deben sin embargo adaptar la estrategia de socialización a su preferencia personal.
Si eres introvertido, puedes por ejemplo organizar eventos con un grupo pequeño para explorar temas que te interesan, en vez de asistir a grandes fiestas.
Si eres extrovertido, aprovecha los beneficios naturales de tu personalidad, pero evita desarrollar dependencia emocional. Algunas personas necesitan una estimulación social constante, siendo incapaces de sentirse bien con ellas mismas. Además de potenciar tus conexiones con el resto, bloquea algún espacio de tiempo para explorar tu mundo interno.
Si quieres conocer más sobre tu cerebro, aquí está el libro 🙂
Podcast: Play in new window | Download
Suscribirse Google Podcasts | RSS